18/2/07

El Diván - Damián Ibáñez


Por fin había estrenado el diván. Quién lo hubiera pensado, si aún no se explicaba muy bien porqué narices lo había comprado. Inaudito -pensó-. Allí estaba ella, completamente descolocada por la situación.

No hacía ni un mes que, al pasar por delante de aquella mueblería, encontró ésta preciosa pieza barnizada en caoba oscuro y forrada en piel negra, tan suave, tan acogedora y reluciente, que parecía tener vida propia; y su forma... que se le asemejaba a un útero virginal, listo para ser el vientre maternal de todas las desdichas humanas. Se quedó mirándolo largo tiempo frente al escaparate, como embobada ante aquel diván, viéndolo tomar vida propia, imaginándolo en el despacho de su consulta. Era la pieza que le faltaba para darle una personalidad distinguida y formal.

No pudo resistirse. Después de pagarlo y encargar que se lo llevaran a casa --en el cuarto más amplio tenía su consulta privada--, empezó a arrepentirse; daba igual el motivo, eran varios, pero ya era tarde. Así lo recordaba ahora, y apenas esbozó para sus adentros una sonrisa benévola consigo misma, tratando de recordar si había vuelto a pasar por aquella calle, o por delante de aquella tienda: no recordaba, probablemente ninguna más. Su ordenador mental estaba procesando todos aquellos datos tan banales a la velocidad de la luz, junto con todos los demás actos triviales de aquel día. ¿Cuantas banalidades conforman nuestros días?.

El tiempo que él tardó en tumbarse en el diván, después de implorarla quejumbroso que le dejara hacerlo, fue el que tardó ella en evocar todos aquellos recuerdos, todas las sensaciones pretéritas del maldito diván. Empezaba a detestar haberlo comprado. No estaba preparada para usarlo de aquel modo, nunca lo había usado como herramienta de trabajo, y la descolocaba la situación.

Desde que abrió su consulta particular --y ya iba para diez años--, siempre atendió a sus clientes --qué contrasentido, antes les decía pacientes: singular palabra esta; y aquella--, ante su pequeña mesa escritorio barnizada en negro mate: una mesa alta, recta, de finas patas, ornadas con una talla de yedras ascendiendo por ellas, y con una encimera de cristal mate, para no rayar su superficie, y en la que reposaba abierto su cuaderno, para ir tomando notas, allí sentada tras él, en aquel su imponente sillón de cuero rojo grana, sólido como el trono de un rey godo. El rojo lo había elegido adrede: el rojo es el color del triunfo, denota mando y fuerza. Sonrió para sus adentros al recordar la picardía de elevar su sillón por encima de la silla de sus clientes y que ésta, con los brazos de madera y forrada en terciopelo verde, y de aspecto tan frágil, era cómoda, pero no lo suficiente como para estar sentado en ella por más de una hora. El tiempo suficiente para una tarifa como dios manda: importante pero ajustada, sin desmesura.

Y ahora ella ocupaba la maldita silla verde --el sillón pesaba demasiado para poder moverlo sin perder la compostura--, y él estaba allí tumbado, en el maldito diván. Para qué coño había cumplido ella treinta y cuatro años, los diez últimos dedicados a esto en cuerpo y alma --porque esta era una profesión en la que se vivía muy bien, pero a base de gran esfuerzo-,para que viniera un pelamangas y la pillara en su día tonto, en la hora tonta de la semana, de su mes tonto, de su año más tonto de toda la década.

--Gracias doctora --gorgoteó él, aún acomodando su cuerpo en el diván, y a ella le pareció que se encontraba tan a gusto que temió se fuera a quedar a dormir aquella noche en él.

--Pues usted dirá, don... --pronunció ella tratando de situarse en posición dominante, y encauzar la conversación, aunque aquella maldita silla no la ayudaba.

--Damián, llámeme Damián. --respondió él, sonriendo confiadamente.

--Bien, pues usted dirá...

--Mire, no crea que no lo he meditado mucho antes de venir a su consulta. Si le he de ser sincero le diré que no confío mucho en ustedes los psicólogos, y perdone la franqueza, pero es que siento la necesidad imperiosa de hablar con alguien de lo que me sucede, y como no frecuento la iglesia desde hace años, pues no he encontrado otro modo de poder hacerlo. Necesitaba contárselo a alguien.

--Bien, pues comience usted, le escucho.

--Verá, todo empezó mas o menos hace un año --apenas gesticulaba con las manos mientras hablaba, con un aire sosegado pero introvertido--, Necesitaba acudir al dentista, y resultó que el mío estaba de vacaciones, así que tuve que tirar de la guía telefónica y buscar al azar otro dentista. Conseguí concertar mi cita pronto: para el mismo día, y a la hora convenida estaba en la consulta. Allí, una amable enfermera me hizo pasar a uno de los departamentos, y después de recogerme la chaqueta para colgarla en una percha, me invitó muy amablemente a sentarme en un magnifico sillón reclinable --usted tambien los conocerá, imagino-, de esos en los que uno puede tumbarse a todo lo largo. Al poco, apareció ella. Al principio me sentí sorprendido, porque estaba acostumbrado a poner mi boca al cuidado de manos masculinas, pero definitivamente las mujeres ya están en todos los sitios trabajando, así que no tardé en recuperarme de la sorpresa. Le aclaro que no soy ningún misógino, ni tampoco ningún retrogrado, tan solo se lo cuento para que sepa cuales fueron mis sensaciones y cuales mis reacciones en aquel entonces. Me sorprendió, es cierto, más por esa prevención que todos llevamos al dentista que otra cosa, pero me duró poco la sorpresa y, además, nunca sentí miedo en las visitas al dentista, así que pronto le conté el motivo por el que estaba allí, con aquel dolor de muelas --se llevaba las manos a la mandíbula como queriendo significar la verosimilitud de su dolor--, y ella me sonrió tan dulcemente que creo que al instante se me había olvidado el motivo que me llevó allí. Yo aún no era consciente de lo que me estaba pasando, de eso fui dándome cuenta mas tarde, como ya le contaré. Ella movió el sillón y quedé tumbado totalmente, boca arriba como ahora; me pidió que abriera la boca, y cuando yo dócilmente accedí, se inclinó sobre mí para explorar la causa de mi muela dolorida. Fue entonces cuando sentí por primera vez esa extraña y descontrolada sensación dentro de mí. Sentí el calor que desprendía su cuerpo a través de su bata blanca, cuando se volcó sobre el mío. Era una sensación tan agradable y cautivadora que yo no deseaba que se retirara de aquella posición, quería que continuara hurgando en mi maldita muela eternamente. No dejaba de sentir el calor desprendiéndose de su cuerpo y penetrar en el mío como si fuera el nido en que buscara refugiarse. Como un escáner, mi cuerpo presentía el contorno de su seno sobre mi pecho, adivinaba su forma: no muy grande pero esféricamente perfecto, su tacto, su contextura, su dureza, y la tibia temperatura de aquel pezón magnifico y puntiagudo en el que se coronaba. Mi cerebro recibía todas aquellas sensaciones a bocanadas, y las procesaba milimetricamente hasta convertirlas en un holograma perfecto, como un sonar de última generación, que registraba hasta el último temblor de su vientre, o la ligerísima erección de sus pezones cuando rozaron livianamente con mi cuerpo.

Tomó saliva por un momento, aspiró con fuerza el aire de la habitación, ladeando la cara, y volviendo a mirar al techo mientras proseguía gesticulando con las manos, prosiguió:

--Conseguí disimular todas las sensaciones que me producía su proximidad, y ni siquiera una gota de sudor apareció en la comisura de mis labios, pero no conseguí que ciertas señales evidenciaran que me había afectado de una manera muy especial. Cuando terminó de hurgar en mi boca, al hablarme con aquella voz tan suave y armoniosa explicándome qué tenía en mi muela, me pareció que su mirada no dejaba de examinar a hurtadillas el bulto de mi pantalón.


--Pues aún no entiendo el problema que usted tiene --se oyó decir ella, con un tono que denotaba cierto enfado por todo lo extraña que le estaba pareciendo aquella historia desde el principio, mientras se recogía su rizada melena castaña con ambas manos por encima de los hombros distraídamente. Lo vio mirarla de reojo. Le hubiera gustado tener una goma para recogérselo con ella; en momentos así siempre le molestaba que su melena se le viniera por encima de los ojos un poco miopes, pero con cierta coquetería había renunciado a llevar gafas y a recogerse el pelo, porque ese hecho le permitía jugar a ese juego tan antiguo de insinuar su atractivo en el ademán de recogerse el pelo de aquella manera que ella sabía. Además, en las ondas de su pelo y en su piel cobre y amapola, cobre y fuego, estaba su atractivo. Bien lo sabia.

--Aguarde. --rogó él con aquellos movimientos acariciadores de sus manos morenas. Bonitas manos. Debían ser cálidas sus manos--. Mire, es que ahora es cuando empieza mi problema. Yo le explicaré, si me deja proseguir. --hizo una nueva pausa esperando su aprobación y reanudó el relato--. Después de la exploración de la muela y de un par de radiografías que estudió a conciencia mientras yo me dedicaba a contemplarla, me informó que lo más apropiado sería hacerme una endodoncia. Aquel día ya no volví a tener su cuerpo volcado sobre el mío, pero la idea de tener que volver a su consulta me enfebreció de tal manera que cuando me habló de que serian necesarias cinco sesiones al menos, me sentí turbado por una alegría inmensa. Imaginaba que con tantas sesiones habría al menos alguna oportunidad de volver a repetir aquella turbadora sensación.

--Pues no sé dónde quiere ir a parar, sea más breve, por favor, y más explícito --ya no sabia que le molestaba más, si las vueltas que le daba al asunto o la pasión que adivinaba en sus gestos--, las reacciones que usted ha tenido me parecen muy normales

--Haré un esfuerzo por abreviar, --su mirada tierna y confiada la desarmaba, lo notaba, maldita sea--, resumiré todo lo que pueda: mire, en aquellas visitas volví a tener las mismas sensaciones dos veces más. No se las repetiré para no hacerme pesado. Solo le confesaré que me resultaron terriblemente excitantes, fuera de lo normal. Pero el problema, lejos de acabar, es que empezó ahí: a partir del día que ajustó la funda de mi muela y se acabó el arreglo de mi boca. Desde ese día empecé a sentirme irritable por todo, mi cabeza no podía concentrarse en otra cosa. La enviaba en secreto flores, rosas, gladiolos... mientras trataba de olvidarla, pero no había manera. Cada día una rosa para olvidarla. Infructuoso. Aquella sensación del primer día me perseguía con tanta fuerza que fue entonces cuando lo hice --ella no pudo menos que abrir los ojos expectantes tratando de saber si acabaría de aquella por contarle su problema. Era bonito el hoyuelo de su barbilla--, sí, me rompí una muela aposta. Necesitaba volver a verla de cualquier modo, así que metí en mi boca una piedra y la mordí con tanta fuerza que al poco conseguí romperla. Para abreviar: eso sucedió en cinco ocasiones más, es por eso que vengo a su consulta, doctora, necesito una terapia que me haga olvidar...

--¿Cinco muelas?--. No se lo podía creer.

--Sí, mire, mire las fundas, le digo la verdad

Hay días tontos, sin duda, una de veras que los tiene. Diez largos años siendo perfecta y hoy vuelvo a meter la pata como una colegiala. Las fundas eran ciertas. Tan ciertas como sus bonitos ojos, pensé. Tan cierta como mi metedura de pata... cuando me quise dar cuenta ya estaba inclinada sobre él, mirándole la boca.

--Doctora, creo que soy una rana... una rana encantada...


P.D.- hoy en día esa rana duerme en mi cama, usa mi toalla y ensucia mis sábanas, las revuelve todas, tiene una forma peculiar de meterse en ella. De un salto, sonríe mientras grita: ¡croac, croac!. He cambiado el diván al dormitorio, ahora es mi fantasía y mi fantasma. Cuando le oigo roncar me apetece abofetearle, tiernamente claro, amenazándolo: ¡como te vuelvas a tumbar en un diván que no sea el mío... te despedazo!. Mientras... procuro saber donde se tumba...

17/2/07

El tacón roto - N.L.

Todas las mañanas se cruzaban en la puerta del edificio. Ella salía, él entraba.
Ocho de la mañana, ambos puntuales. Él, altísimo, delgado, con un mono azul de mantenimiento, cabello largo, rubio, lentes de marcos pesados. Ella, pequeñita, delicada, uñas pintadas, perfectamente maquillada. Vestía siempre trajes sastre de corte impecable. Su cabello castaño, largo hasta los hombros, encandilaba con su brillo.

-Hola- cruzaban al unísono.

Generalmente ella sostenía la puerta para no parecer maleducada y él gruñía un antipático "gracias" entre dientes.

Y por la noche sucedía lo mismo. Rara vez ella llegaba de trabajar más tarde de las 9 y él salía de casa a esa hora. Se repetía la operación: puerta-saludo-gruñido y cada uno a lo suyo.



Ella entraba a su casa y le daba de comer a Feliz, su gato, luego bebía algo (generalmente una gaseosa). Después se desnudaba y tras un baño ligero, se ponía la bata y cocinaba algo para cenar.

Cenaba sola. No tenía muchos amigos y su último novio formal la dejó en agosto del 97. Ella le gustaba a los hombres, pero, como decía siempre "era un libro de filosofía con bellas tapas". Buena encuadernación, pero por dentro, demasiado difícil de entender. Realmente no la preocupaba demasiado, a veces la soledad no es tan mala como parece. Un libro, una película son mejores compañeros que un estúpido que se cree inteligente y que para más Inri hay que celebrarle las bromas sin gracia e interesarse en sus aficiones, llámese: fútbol, autos, Pamela Anderson (ja), trabajo, compañeros de trabajo, jefe y la lista sigue, sigue...

Bueno, de todos los especímenes que conocía, los peores son los que se creen muy sexies. Esos tipos que viven bronceados los 365 días del año, como tratando de demostrar que viven en un eterno verano, usan caras fragancias importadas sin alma y para rematarla, se creen la gran cosa, el premio gordo para cualquier mujer. Pero, lo peor son las fragancias, son un muestrario de perfumería. Como si las personas cambiaran de olor permanentemente y no tuvieran uno reconocible. Eso le enfriaba las feromonas a cualquiera. Y todo esto para tener un orgasmo una vez cada muerte de obispo (y de obispo importante!!!)

Definitivamente, su video le da más satisfacciones. Una buena película la acompaña y siempre está Feliz para amarla y darle cariño. Solitaria era una palabra que le queda chica... definitivamente es una ermitaña. Ni siquiera le interesa el sexo. A veces, un apretón de manos la erotiza más que esa especie de danza primitiva que algunos insisten en bailar, aunque no sepan los pasos, ni tienen oído musical.

Su última pareja era uno de esos "sexies" que se acercó a ella en la pose de "a mí me gusta tu interior". A la cuarta vez de verse y después de una sesión de sexo bastante pobre, ella decidió que no lo vería más.

-No creo que sea buena idea que nos volvamos a ver - dijo ella, mientras se vestía y él la miró sin entender demasiado.
- Como? - dijo él, con expresión estúpida - Te juro que nunca me pasó esto antes - se excusó él - lo que pasa es que estoy muy cansado.
- No es por eso, es que la verdad me aburrís un poco... realmente a veces me gusta un tipo que escuche más y hable menos boludeces - contestó ella, mirándolo a los ojos.
- Sos una flaca histérica - contestó él, mientras se ponía los calzoncillos.
- Bueno, mi vida, lo mío se quita con comida... - respondió ella, irónicamente. El se fue con un violento portazo.

Su última relación terminó así. Bueno, a veces es preferible, a soportar a alguien monotemático y aburrido.

Terminó de ver la película que daban por cable y se fue a la cama, abrazando a su gato...



Él llegó a su trabajo, era técnico de mantenimiento, pero en computadoras. Usaba el mono azul de obrero como un chiste privado. El mono azul lo volvía invisible, nadie reparaba en él, de esa manera, un mono azul lo convertía en "El Mono Azul". Eso le permitía observar sin ser observado... Convertirse en un hombre "invisible".

Él eligió el horario nocturno. En la empresa le rogaban que fuera de día, pero él prefería ese horario. Tranquilo, podía leer lo que quisiera y no dar demasiadas explicaciones de sus actividades. Solía entrar a Internet y bajar información sobre culturas milenarias. Su vocación frustrada era la antropología. Disfrutaba leer sobre diferencias culturales y su ídolo era Alfred Wallace, el verdadero padre de la teoría de la evolución. Aunque reconocía que el cabrón de Darwin ayudó mucho, no le tenía mucha simpatía.

Las noches eran tranquilas, servían para leer, para dedicarlas a él. Y como pocas cosas pasaban de noche, era como si en realidad nunca trabajara... Solamente una vez cada dos horas dejaba su cómodo cubículo y miraba como andaban los procesos, que ninguna máquina se cayera y que todo funcionara sobre ruedas. Cuando finalmente lo relevaban llevaba leído varios capítulos, con notas y todo.

Ahora estaba interesado en los maoríes. Llevaba dos meses de investigación sobre sus diferentes costumbres, en especial sobre las danzas rituales que efectuaban antes de la guerra que era su forma de rezar y su manera de alabar a los dioses.

Se acercaba la hora de salir, su relevo vendría en 15 minutos. Guardó todos los libros en su mochila y dio una última vuelta por el centro de cómputos.
Era las 7 de la mañana cuando su compañero llegó, cruzaron un rápido saludo y él se fue...



Ella miró la hora en su reloj pulsera. Era casi las 8 menos dos minutos de la mañana, si se demoraba más llegaría tarde. Se puso las botas, sin reparar que uno de los tacones estaba flojo.

El ascensor tardaba, decidió bajar por la escalera, casi corriendo.

-"Maldición - pensó-, justo ahora el tacón de la bota se pone a bailar".
- Bueno, ya casi llego - abrió la puerta, cruzándose otra vez con su vecino, con tan mala suerte que el tacón se quebró definitivamente. Ella cayó al suelo, pegándose un fuerte golpe en la cabeza, desvaneciéndose. Él la miró, shockeado. Por fin, soltó la mochila y la alzó en brazos.

-"No pesa nada" - dijo a sí mismo, En realidad, él no sabía que hacer con esa mujer desmayada.
- "La llevo a casa, después veo" - Cargó su mochila como pudo sin soltarla. Subió a su departamento y la dejó en la cama, mientras le abría la blusa y le sacaba los zapatos.

No pudo evitar darse cuenta de la suavidad de su piel y de la belleza de sus rasgos. Demás está decir que la vida social de él era bastante pobre, por sus costumbres y su modo de ser. La experiencia con las mujeres se limitaba a algunas novias de muy jovencito y ahora sus horarios no le permitían ninguna relación seria y fija, descontando que su aspecto tampoco ayudaba mucho y que las mujeres que le gustaban lo ignoraban.

Pensó cuando fue la última vez que una mujer estuvo en su cama y no lo recordaba... seguramente, nunca. Ja, y una belleza como esa... Nunca la había mirado bien, parecía la Bella Durmiente allí en su cama, con la blusa abierta y esos piecitos de delicados dedos.

Juntó coraje y se acercó a ella, le revisó la cabeza y encontró un tremendo chichón. Fue hasta la heladera y buscó hielo, tenía que bajarle ese golpe y además, hacerla reaccionar.

El ruido de la puerta de la vieja heladera la despertó... Se sobresaltó, viéndose con la blusa negra abierta y mostrando el corpiño de encaje color violeta. Se cerró la blusa rápidamente y buscó sus botas para calzarse. En ese momento, él entraba con el hielo.

- ¿Qué me pasó? - preguntó asustada cuando vió a su vecino acercarse con una bolsa de goma. -Tenía la blusa abierta.- Él le alcanzó la bolsa con una sonrisa. Ella hizo un gesto de dolor cuando movió la cabeza.
- Te caíste, se rompió tu bota y te golpeaste la cabeza. Realmente no sabía que hacer para reanimarte... leí en algún lado que la ropa ajustada debe aflojarse. No fue mi intención ser grosero.- comentó el ruborizado.
Ella miró su reloj pulsera y vió la hora.
- Faltan 10 minutos para las nueve... mi Dios, a mí me echan...
- No podés ir a ningún lado con ese golpe...
- Pero...
- Yo llamo explicando que te golpeaste la cabeza, quedate tranquila, van a entender... o que te manden un médico.
- Me prestarías el teléfono, llamo yo.

Él le alcanzó su celular y la dejó sola. Cerró la puerta de la habitación. No sabía que hacer, seguramente ahora que ella se despertó iba querer irse a su casa y él no estaba seguro de querer que se vaya.

Fue hasta un armario y sacó la ropa de entrecasa, en el baño se cambio. Se puso un jean viejo y una camiseta de la UCLA, iba descalzo. Salió cuando ella irrumpía en su living.

- Mirá, ya te molesté bastante... me voy a casa, ya me disculpé en el trabajo, gracias...
- No, a mi no me molesta que estés aquí, además, el golpe fue muy fuerte, no tendrías que estar sola.
- Quién te dijo que estoy sola? - preguntó ella, un tanto picada...
- Nadie, disculpame... - respondió él, realmente avergonzado.
- No, perdoname vos a mí, si, vivo sola, bueno, sola con mi gato.
- Como prefieras, si tenes ganas de quedarte, quedate... yo no tengo problemas - dijo él mientras se ataba el cabello en una cola.

Ello lo miró con diferentes ojos, realmente no estaba tan mal con el pelo recogido, y sin ese horripilante mono azul que lo hacía parecer un mecánico de autos.

Las paredes del departamento estaban cubiertas de libros y grandes cantidades de National Geografic se amontonaban junto a una silla cercana a la puerta.

- Me gusta la antropología - dijo él a modo de disculpa.- El desorden en esta casa es crónico.
- Que interesante, leíste algo sobre evolución?
- Por supuesto... - respondió él, mientras se acercaba a la cocina para hacer café.



Fue un día raro para él, habló con ella más de lo que pudo haber hablado en los últimos 3 años. Cada vez que la miraba a los ojos, sentía que el estómago se le llenaba de mariposas y ella, sin querer, dejó de ver a su vecino del mono azul como un adefesio, le gustaba el sonido de su voz y pensaba que hasta los lentes le daban personalidad.

Poco a poco, cambiaron los tópicos, dejaron la antropología y comenzaron a tocar temas más íntimos, como, que cosas los divertían, que cosas odiaban, lo que hacían los domingos y cuales eran sus comidas preferidas.

Casi sin querer se tornaron íntimos y el ambiente se volvió relajado. Poco a poco él comenzó a sonreír y ella bajó la guardia...

Se besaron con pasión, sin saber lo que hacían. Ella le sacó los lentes y él le besó el largo cuello blanco hasta que quedó borracho de su perfume. La ropa molestaba, pronto, la piel era la única vestimenta y se besaron, mientras él la llevaba en brazos hasta su cama.

Se amaron durante horas... La timidez de él desapareció y ella disfrutaba de su compañía y de sus palabras. El amor después del amor fue placentero, plagado de risas y de caricias.

- Hola Sr. Galíndez - dijo él, llamando por teléfono a su jefe - Si, soy yo, si, todo bien, tuve un problema nada más, lo llamaba para avisarle que pienso tomarme unos días de vacaciones y que cuando regrese, quiero un cambio de horario...

Amor 90 - N.L.

Esa mañana ella se levantó con una extraña sensación en el estómago. Era el día R, el día del reencuentro, el día que finalmente se encontraría con él. Hacía más de un mes que no se veían y deseaba volver a verlo.

Desayunó tranquilamente, mientras leía los diarios. Finalmente, los hizo a un lado y se dejó llevar por sus pensamientos, no lograba concentrarse.

"¿Habrá conocido a alguien mientras estuve ausente?"- pensaba.
El café se enfriaba en su taza, mientras ella la sostenía entre sus manos. Con el ceño fruncido, dejó la taza en la pileta de la cocina y tiró las tostadas con mermelada a la basura.

Eligió un traje de pantalón y chaqueta con una blusa roja para ir a trabajar. Se subió al subte y la gente la arrastró hasta el centro del vagón. Ella seguía sumida en sus pensamientos.

"Bueno, tal vez no venga. Seguro que si no se presenta es porque conoció a alguien".

Salió a la superficie, el ambiente del subte era totalmente sofocante. Realmente se estaba volviendo un poco misántropa, la gente le molestaba un poco. Caminó las 3 cuadras que la separaban desde la estación del subte hasta su trabajo con velocidad y moviendo la cabeza, mientras imágenes se le cruzaban por su mente.

"Ahora, a trabajar, olvidémonos de él un poco". - murmuró entre dientes, mientras arreglaba los papeles sobre su escritorio.

Igualmente las imágenes se le colaban, mientras hablaba por teléfono o atendía a alguien demasiado pesado. Algunas veces, sus compañeros la llamaban y ella bajaba desde la luna y se preguntaba sobre que le hablaban...

La hora del almuerzo fue francamente penosa. Rechazó un par de invitaciones a comer, sabía no que se concentraría en ninguna conversación, que nadie iba a entender porque iba a estar como ausente, y que no podía contarle a nadie que hoy lo vería.

Se sentó sola, mejor dicho, sola con sus pensamientos. Otro solitario como ella la miró fijamente durante la media hora que duró la comida. Ella le lanzó un par de miradas desdeñosas que el sujeto ignoró totalmente. Se acercó y se sentó sin permiso en la silla vacía que había frente a ella.

- ¿Tenés ganas de hablar? ¿Querés salir a cenar esta noche conmigo?- le dijo a modo de saludo.

El tipo no era feo, alto, lentes de montura de oro, un traje oscuro con una corbata color claro, en colores contrastantes. Ella lo miró fijo y volvió a mirar su plato casi lleno.

Él entendió el mensaje, se levantó y salió del restaurante sin mirarla.

Pagó y se fue. El encuentro de esa noche llenaba todo su universo, todos sus pensamientos. Deci &dió que se pondría lo que siempre usaba cuando lo veía. Esa ropa le daba seguridad.

Las horas hasta la salida fueron eternas, la excitación aumentaba, las manos le sudaban y por último mintió diciendo que se sentía mal y se fue.

Caminó hasta su casa, de cualquier manera no quedaba muy lejos. Compró un ramo de flores para alegrar el departamento y algo ligero para comer mientras lo esperaba.

Ya eran las 5 de la tarde, faltaban casi 4 horas para el encuentro. Decidió tomarse un largo baño perfumado. Las sales de baño la relajaron, mientras se lavaba el cabello con ese champú que aseguraba le dejaría el "pelo con un brillo sexy".

Se puso su bata, y mientras se peinaba, comió un sándwich y bebió un poco de agua mineral.

- "El maldito reloj va muy lento"- pensaba, mientras se recostaba en la cama y descansaba un poco para estar totalmente lúcida en el encuentro. Se durmió una hora. Eso la ayudó para despejarse. Decidió que era la hora de vestirse.

Se perfumó entera con esa fragancia que sabía que a él le gustaba, "Fidji", y se puso el audaz camisón de raso color champagne que a él lo excitaba.

Sirvió dos copas de vino blanco, un chablis bien frío. Y después prendió las velas de los candelabros que adornaban la mesa de la sala. Bajó las luces y bebió un par de copas de vino para entonarse.

Miró el reloj, faltaban escasos minutos para las nueve de la noche.

- "Bueno, hora de prepararse"- murmuró para sí.

Oyó un pequeño golpecito. Allí estaba él... Lo saludó y él le respondió con un beso.

- Amor, te extrañé un montón - le dijo ella, mientras lo invitaba a un chat...

El trueno en la tormenta - Luis María Candioti


“No te vayas”, fueron las últimas palabras audibles antes de que el trueno desatara la furia de la tormenta.

Éste podría ser el final, pero vamos a pasear un poco por el tiempo, dado que todo final es importante pero por si solo no vale la pena; siempre es mejor sufrir un poco de historia.

Abramos una brecha en esa pared que está a tu espalda. ¿Ves la luz?, Sí, la que no te permite mantener los ojos abiertos. Levántate y da un paso hacia ella... No te asustes, no es esa luz de todos los finales relatados. Estira tu brazo hacia la brecha... ¿ves?, no duele, solo te da un pequeño cosquilleo... ¿no te hace recordar a la corriente eléctrica?, la decisión la tenés que tomar rápido si das rodeos... SALTA...

Ya estamos dentro... ¿que todo es igual? : fíjate bien, mira a ese ángulo oscuro, sí, ahí, donde las sombras empiezan a moverse, ¿te ves?... sí sos vos... ¿que por qué estas en esa posición?, porque estas esperando, estas esperando tu luz, estas esperando que se habrá tu brecha hacia el otro lado, ¿que qué hay del otro lado de la brecha?... tu vida.

Ahora todo se oscurece... no, no te moriste, todavía no... si te fijas bien, a tus espaldas ves a un joven caminando al costado de una ruta desierta... no te impacientes ya va a tener sentido, si es que lo tiene que tener... yo prefiero dejarlo todo en duda, ¿acaso la vida no es una gran duda?... ya lo sé, pero no, no me olvidé del joven; escucha: ese ronquido no es un animal salvaje, el auto para delante del joven quien corre hacia él. No, no esta haciendo dedo, estamos un poco lejos como para ver bien que es lo que pasa... acerquémonos un poco, no muestres timidez, vamos más cerca, no te preocupes no nos van a ver... ya sé que el auto se está yendo... cerrá tus ojos, todo esta oscuro y el sonido de la radio mal sintonizada se hace más fuerte, ya lo escuchas todo a tu alrededor, te envuelve, te abraza... Abrí los ojos: ves a las dos personas en los asientos de adelante... mira a tu derecha: ¿ves el mar como rompe contra las rocas?, si querés baja la ventanilla para que te salpique... probalo, es refrescante. Ninguno de ellos habla: solo conducen... no es que te parece a vos, la ruta en si no tiene final, tampoco tiene muchos desvíos ni curvas y el viaje va a ser todo igual: “aburrido”... salvo cuando pinchen una rueda o paren para cargar nafta todo va a ser monótono, si querés vemos alguno de esos momentos...

Mejor no... creo que ya entendiste que te estoy contando, ¿todavía no?, no te preocupes, estas a tiempo de dejar de leer... aunque te perderías la oportunidad de... no importa: la decisión es tuya... como siempre, ¿o no?.

Si todavía estas ahí mira sobre tu hombro: ¿ves esa ventana que antes no estaba ahí?... no, esta vez no te levantes, no vayas hacia ella, esta vez imagina, imagina que se abre y la luz del sol entra por ella, imagina el olor a mil flores de distintas clases que inunda la habitación, que te rodea y te asfixia, resístelo, dístraete, escucha a los chicos gritar de alegría, escucha los pájaros que trinan, percibí el ruido a pasos cansinos de viejos, préstale atención a las risas jóvenes, a los murmullos románticos de las parejas. ¿Todavía no lo entendés?. Es simple, no puedo creer que... ¿qué haces?, no te levantes, no vayas hacia la ventana, te dije que no te levantaras, no te asomes... ¿que por qué todo esta oscuro?: porque llega un momento en el cual todo se oscurece, porque llega un momento en el que la luz no puede entrar en ciertos terrenos... porque al final no vas a ver nada... pero tranquilízate, ahórrate esas lágrimas, no dejes que se fuguen por el terciopelo de tu mejilla; escucha... escucha el ruido del trueno, todo vuelve a comenzar, mira en ese ángulo oscuro, ves las sombras moverse...

El perfecto espacio ámbar - N.L.

Nota: Como llegué a esto después de oír Space Oddity y Ashes to Ashes, no lo sé. Si ustedes tienen idea, por favor, cuéntenme. Gracias a Spinetta y a Bowie, que escribieron sobre lo mismo sin copiarse.


¿Que sucedería si de repente todo lo que conocemos, todo nuestro entorno, hasta como pensamos y como vivimos se vuelve ajeno a nosotros? ¿Ser como el capitán Beto*, que un día fue al espacio... y nunca más volvió? ¿ O ese astronauta, el Major Tom*, de la canción de Bowie, que luego fue un yonkie?

¿Por qué lo perfecto es tan inquietante...?

Alfredo esa mañana no reconoció a la mujer que tenía a su lado. La miraba y no encontraba nada que le indicara quien podía ser. Se suponía que la conocía, ya que estaban durmiendo juntos.

Le calculaba 38 o 40 años, la piel oscura, dedos largos y ahusados. Desconocía el color de sus ojos. Suponía negros o marrones. No era su tipo, definitivamente. Levantó la sábana y la observó. Llevaba una camiseta negra y unas calzas hasta la rodilla. Se levantó de la cama y fue hasta el espejo...

¡Tampoco él se reconocía! Él recordaba ser alto, de piel clara y no ese señor bajito, de bigotes y un poco pelado. Miró la habitación. Se volvió a mirar y entró en un espiral de pánico.

- "Debo estar loco" - pensó mientras se pasaba la mano por su "nueva cara".

Un ruido apagado llegó desde la cama. Su "esposa" se estaba despertando. Ella levantó la cabeza de la almohada. Él vio sus ojos, color ámbar, que le daban una expresión siniestra.

- ¿Qué haces levantado tan temprano? Estamos de vacaciones.

¡El no recordaba ni que tuviera un trabajo!

- Me desvelé... querida - contestó Alfredo.
- Vení, que son recién las 7. Todavía podemos dormir otro rato. Los chicos también duermen. No los despertemos.

El se metió en la cama. Ella lo abrazó. Alfredo no sabía que hacer con las manos. La mujer lo miró con una expresión dolida en el rostro.

- ¿Te sentís mal?
- No,... mi amor - evitaba usar su nombre. Claro, ¡no lo sabía!
- Estás muy raro, Mario - dijo ella.
- ¿Qué? - Alfredo no recordaba llamarse Mario.
- Dije que estás raro. ¡Parece que no supieras dónde estás!
- ¡Cómo se te ocurre! - dijo él. Tenía miedo de terminar en un manicomio.
- ¿Por qué no me llamas por mi nombre?
Él comenzó a sudar, su pelada se cubrió de humedad... dijo lo primero que se le ocurrió.
- Lucía.

Ella lo besó y lo abrazó más. "Parece que acerté" pensó él. Ella cerró esos ojos inquietantes y se durmió. Él no se sentía cómodo pero igualmente cerró los ojos y se puso a pensar en su "vida actual". Nada, no había nada. Era como si su vida se hubiera "reseteado". Solo recordaba los ojos de su mujer. Le resultaban vagamente familiares. No tenía idea de dónde y cómo. Él quiso zafarse de su abrazo, pero ella protestó y lo agarró más. Además, le producía un leve "rechazo". No entendía bien... de repente, mujer, hijos, hasta una barriga incipiente y una pelada.

De pronto los chicos irrumpieron en la habitación. Eran dos varones, uno de 10 y otro de 6 o 7 años. Cabello oscuro y los mismos ojos color ámbar.

- ¡Hola pa! Dijo el más chico.

Lucía abrió los ojos y sonrió a sus hijos. Ellos saltaron a la cama y se metieron entre los dos. Estos chicos no podían ser hijos suyos. Nada le decía eso... no había "llamado de la sangre", ni nada.

Finalmente, después de unos minutos de vida "familiar", se levantó y dejó a los chicos y su mujer en la cama. Salió del cuarto sin saber a dónde dirigirse. No se acordaba de la casa... él tenía en mente otro tipo de construcción y disposición de los cuartos. Dejó que sus instintos lo guiaran y llegó al cuarto de baño. Allí, bajo las luces blancas pudo observarse mejor. Ya no era quien recordaba. El se sabía joven (tal vez menos de 30 años) y atractivo. Alto. Pero, el espejo le devolvía otra imagen. "No debo pensar tonterías, esto es un sueño". Nuevamente salió del baño y se dirigió a la cocina... Sus pies lo guiaban, ya no pensaba demasiado. Su cuerpo conocía el camino, aunque sus ojos y su mente no reconocieran el sitio. Buscó algo para vestirse, se puso lo primero que encontró, un viejo buzo de gimnasia color tierra.
En la cocina, abrió la heladera y sacó la leche. Tuvo una idea, necesitaba salir de la casa urgente, vació el contenido del sachet en la pileta de la cocina y le gritó a su esposa.

- Lucía, salgo a comprar leche, se terminó. Ella le replicó que había en la heladera, pero el ya estaba en la calle.

Miraba todo con curiosidad. El barrio donde vivía era todo igual... Las casas bajas, tenían pequeñas diferencias, pero, en lo básico mantenían un parecido fantasmal. Algunas estaban pintadas de rosa, otras de verde agua, la suya era blanca, todas tenían una cerca, un caminito, un buzón...

Se cruzó con su vecino de la casa más cercana. El tipo levantó la mano en un gesto de saludo. Alfredo lo miraba asombrado. No era posible. El hombre que vivía en la casa contigua se parecía mucho a él. Tal vez unos años mas joven, mas todas sus características físicas eran iguales. Bajo, de pelo oscuro y piel oscura. Digamos, de la misma etnia, entre armenia y latina.

Miró a la casa de al lado y vio fugazmente a su vecina por la ventana. De más está decir que era igual a esa mujer con la que estaba durmiendo esa mañana. No la asumía como esposa.

Continuo caminando... Las calles se sucedían, iguales, pero con ligeras diferencias. Todas tenían nombres de pájaros. Mirlo, Gorrión. Después de caminar un par de cuadras encontró un almacén. Entró allí y un hombre muy parecido a él (cuando no) lo saludó afablemente.

- ¿Cómo le va, Mario?
- Bien, un poco cansado. Necesito leche.

El tipo se la alcanzó con una sonrisa. Metió la mano en el bolsillo. ¡Se había olvidado el dinero!
- Disculpe, debo estar dormido, salí sin plata.
- No hay problema, lo anoto y después arreglamos.

Alfredo se quedó mirando al almacenero. Los ojos de él... iguales a los de su "familia". ¿Sería posible que fuera el único que tenía ojos oscuros en esta ciudad?

Siguió caminando. Debía por lo menos enterarse en que ciudad estaba... Caminó unos cuadras, todas iguales, con ligeras diferencias. Se detuvo frente a un chico que vendía diarios. Recordó que no tenía dinero. El chico parecía conocerlo. Lo saludó amablemente y le dio uno de los periódicos.

- Gracias, me evita llevarlo a su casa, Sr. Mario.

Parecía que todo el mundo lo conocía. Comenzó caminando y mirando el diario.

- ¿CLARIN? - se dijo - un fogonazo de recuerdos lo inundó.

Lo extraño era que no era lo que él recordaba. Había noticias, pero por suerte (o desgracia) todas las noticias eran buenas. Un periódico raro. Cumpleaños, fiestas sociales... Caras sonrientes, todas casi iguales. En apariencia no había crímenes, en este lugar nadie robaba. Los flashes le traían una ciudad inmensa, llena de gente, ruidos de bocinas, autos, smog. Eso era otro recuerdo claro y su nombre... Alfredo.

- ¿En qué ciudad estoy? - dijo en voz alta.

Una mujer que pasaba cerca de él lo miró sorprendida. El se avergonzó. Siguió buscando en el diario un indicio. Por fin lo encontró. Buenos Aires.

- ¡Esto no es Buenos Aires! -aulló en plena calle.

Ese tipo de comportamiento era inaceptable en esa ciudad de mutantes. La misma mujer se cruzó de vereda y comenzó a caminar rápido.

Entró en su casa como una tromba. Su esposa lo esperaba con una sonrisa colgada del rostro.

- ¡Hola mi amor!
- Hola - fue su respuesta seca. - Tomá la leche y el diario.
- Mi vida, Mario, ¿que te pasa?
- Nada, es que no entiendo algunas cosas.
- ¿Cuáles?
- Por ejemplo, que no me acuerdo muchas cosas... ¡Buenos Aires no es esto!
- Mi amor, Buenos Aires siempre fue así, agradable, tranquila, limpia. De allí su nombre.
- No la Buenos Aires que yo conozco. Esta ciudad es chata, igual. Mientras decía esto observó su reflejo en un pequeño espejo que colgaba de la pared. Sus ojos se estaban aclarando. Se quedó como de piedra. No era posible lo que veía. Ahora viraban al ámbar.

Su mujer pronto olvidó esa conversación y continuó su trajín diario, sin darle demasiada importancia, era como si no lo hubiera oído. Sus hijos entraban y salían, jugando a la pelota. El no se sentía bien, decidió acostarse. Tuvo un sueño que lo llenó de horror. El no era él, era otro, el Alfredo que recordaba. Alto, de piel blanca. Soltero, 30 años. Vivía en un departamento en el centro de la ciudad de Buenos Aires. Y la ciudad era como la recordaba, ruidosa, sucia, peligrosa, encantadora. Salía con una mujer rubia de cabello largo. Ese era él y no ese señor de edad madura y esa era Buenos Aires y no esa ciudad estática y aterrorizante.

Su sueño fue inquieto... cuando despertó, estaba envuelto en sudor. Se sentó en la cama y se sacó la parte de arriba del buzo. Agua corría por su espalda.
Fue hasta el baño y miró sus ojos. Más claros. Cada vez más claros. Atemorizado, apagó la luz y volvió a mirarse. La ausencia de luz hacían ver a sus ojos fosforescentes. Se puso el buzo transpirado nuevamente. Fue a la cocina. Su esposa estaba sentada frente a la t.v. Sus hijos jugaban en el patio.

- ¿Decime que está pasando? - la increpó él.
- Nada mi vida, ¿que pasa?¿Los chicos están haciendo mucho ruido?
- No, no es eso... que es lo que pasa acá. Yo no soy yo... yo soy otro.
- Mario, estas cansado... deberías dormir...
- No quiero dormir, allí están mis miedos. Estoy atrapado en esta ciudad que no es Buenos Aires, casado con vos, que nunca te vi... y con dos hijos que no son míos. Mirá mis ojos, esta mañana eran marrones y ahora son iguales a los tuyos. ¡Toda la ciudad tiene los mismos ojos!

La mujer comenzó a sollozar. Quiso abrazarlo. Él la rechazó de plano.
Miró sus ojos en el espejo, ya estaban totalmente ámbar. Desesperado, salió a la calle gritando... Sus hijos lo siguieron, asustados. Se colgaron de sus piernas... Él se sacudió hasta que cayeron en la calle. Su esposa lloraba, desconsolada. Y él gritaba todo el tiempo: Alfredo, es Alfredo. Esta no es Buenos Aires.

Él siguió gritando una hora. Contó todo, quien era, dónde vivía. Sus vecinos lo observaban horrorizados, su esposa gritaba de miedo, junto a él. Sus hijos huyeron a su casa, a esconderse. Él quedó allí, una persona atrapada en otro cuerpo, un cuerpo y vida ajenos. Mientras, los patrulleros venían calle abajo...


* Capitán Beto: Los anillos del Capitán Beto, canción de Luis Alberto Spinetta.
* Major Tom: Space Oddity de David Bowie. En Ashes to Ashes se lo menciona en el estribillo.

Un Email - A.Z.F.


Me acuerdo de la primera vez que hablé contigo. Escuché tu voz y me sonó tan extraña... Yo siempre me la había imaginado de otra manera, más dulce, menos firme. Pero te diré, que aún así, me gustó. Me acuerdo de cuándo nos compramos Julia y yo el ordenador. Yo no quería, y menos por lo de la internet, pero Julia había insistido tanto.... Una amiga suya gallega se pasaba el día conectada, y por eso, tenía la suerte de conocer a gente de otros países, otros mundos... y así lo argumentaba mi mujer. Los primeros dos meses, cuándo volvía del trabajo, ella me contaba los pormenores de sus amigos internautas, cuándo yo sólo veía una máquina, incapaz de transmitir nada, salvo mentiras. ¿Qué sabes tú de esas gentes? ¿Cómo sabes que no te mienten? Así mi escepticismo se mantuvo hasta que comenzó a ser abatido por una creciente curiosidad. A los dos meses de comprarnos el ordenador, Julia se tuvo que marchar unos días... Yo me aburría... No sabía como matar tantas horas que caían como plomo en las tardes de Madrid. Una de esas tardes, al volver de trabajar encendí el ordenador. Guiado más por mi instinto que por cualquier otra cosa, me conecté a la red. En una página a la que no sabía como había llegado aparecía la palabra “chat”. Me acordé que allí era dónde iba Julia, dónde hablaba con esa gente, así que me metí. Y ya sabes que fui tan iluso como para ponerme mi nombre real. Nick: Raúl. Y allí dentro, se abrió una ventanita, y de repente apareciste tú.Así fue como entraste en mi vida. Ahora no te quieres marchar. Yo no creo que pueda pasar una noche sin encontrarme aquí contigo. Llevamos así un año. Nos hemos llamado, hablamos de todo, y hasta el amor hemos hecho. Cuándo miro las fotos aquellas que me mandaste, me pareces preciosa. ¿Qué sientes tú cuándo miras las que te mande? Espero en el trabajo, impaciente, la hora de salida, para llegar a casa y estar junto a ti. Me encierro en la habitación. Mi mujer apenas me habla. Yo me pongo nervioso y mascullo “venga, venga” entre dientes, mientras tarda en conectarse el ordenador. Así pasan los días, y entre tú y yo no ha habido besos, aunque los dos nos deseamos. Vivimos en el mismo país y no hemos tenido una mísera oportunidad para encontrarnos. Es verdad que yo no quería serle infiel a mi esposa, pero no puedo dejar de pensar en ti. Sé que no debo, maldita sea, más no puedo evitarlo.La tentación cada día llama más fuerte a mi puerta. Tus exigencias se van haciendo más persistentes. Tenemos que vernos, sino, nunca lo sabremos, nunca sabremos si nos gustamos en persona, si podemos soportar los malos hábitos. Pero yo sigo pensando y diciendo que no aguanto ni un solo día más sin ti. Hace un momento, cuándo he llegado a casa, Julia me ha dicho que quiere que nos separemos, y que debe ser rápido, repitiendo, como siempre lo que decía a su abuela: al mal paso darle prisa. El viernes firmo los papeles. El sábado por la mañana, en el tren de la una, espérame, que será como te dije, en cuanto llegue a Valladolid.

Verso libre nº 5 - Luis María Candioti (Morpheo)

Tantos tiempos muertos y tantas aberraciones ciclotímicas.
Perdido en el Olimpo de la desnaturalización caigo en desgracia.
El tiempo ya no me agobia, no tiene razón de ser si nada me espera.
Siento millones de aguijones que perforan mis tímpanos; no más silencio.

Recorro miles de soledades para hallar la mía, ¿hace tanto la perdí ?
Los siameses titilan y producen un horrible estruendo, quisiera que apresuraran su paso.

No hay espacio, ni tiempo, siempre es aquí y ahora, eso mata todo futuro
o pasado.
¿Qué afilado elemento oscuro se clavó en mi alma y la desgarra?. Destino.

La monotonía nos vuelve parcialmente daltónicos, percibimos los colores
pero no los sentimientos.
Siempre me brindan algún néctar natural que me hace recordar, que me matan de a poco.

Ya no percibo el tiempo pero escucho los gritos de mis hijos. Siempre
me arrastran a su realidad.

Era de Noche - Dammar


Era de noche, estaba solo. Cerró el libro, apagó la luz y se dispuso a dormir. Hacía calor y se destapó un poco, puso una mano en la nuca y con la otra se acarició el pecho como para quitarse una arenilla o una miguita de pan y ya, se entretuvo enredándose con su vello. Un vello suave y esponjoso, que estiraba con dos dedos o aplanaba con toda su palma. Se regodeaba con su propio tacto sobre su vello recordando cómo, tantas y tantas veces, lo había hecho así María. Cuantos momentos de horas conversando habían tenido así, los dos tumbados en la cama, desnudos y notando el reposado y acogedor jugueteo de sus delicados dedos sobre su pecho.

Pensando en ella le costaba notarse a sí mismo, su mano ya no era su mano. Ni su tacto. Sólo sentía su pecho fundido en la sutil mano de María. Recordó otras manos, las de Laura, tan estiradas tocándole el pezón, o las de Patricia con esas uñas siempre lacadas y limadas que le entrecortaban la respiración, o incluso las de Marisa tan tímidas y temblorosas que ni se le acercaban a tocarle. Todas iban pasando por delante como fotogramas, las visualizaba, sí, hasta podía describir sus formas, pero su tacto, su tacto lo había olvidado. Llevaba tan dentro el de María que sin quererlo le salía por cada poro al roce de las yemas de sus dedos. María le había creado una segunda piel que le envolvía y él se recreaba en ella.

Pero ese día no estaba María, estaba solo y quería sentir el placer de su propio tacto y de su propia soledad. La jornada había sido dura, estaba cansado y su lucha interna por asumirse solo y a la vez arropado y abrazado le estaba abatiendo según pasaban las horas. Unas horas largas y oscuras, que acabaron con su desvelo poco antes de que comenzara un nuevo día.

Es Navidad -Bucaramanga


Es navidad. Todos van a fiestas menos ella. No quiere ir a ninguna parte. Pero su hermana la llama. Habrá una fiesta en el hotel Intercontinental y tocarán sus grupos de salsa favoritos. Chévere, ir.. piensa ella y le da el dinero a su hermana para que compre la boleta de entrada.

No tiene parejo. Su hermana tiene un novio que la adora y que se preocupa porque la hermana no tiene con quien ir a bailar a la fiesta. Pero ella no quiere que le lleven a nadie. Prefiere ir sola que mal acompañada. Odia las citas a ciegas.

Sin embargo todos son muy buenos y contra su voluntad le llevan un chico para que la acompañe. Ella se viste con su vestido rojo.. aquel vestido rojo de tantos recuerdos. Se hace peinar, arreglar las uñas, se siente como una reina y se va para la fiesta.

Van a recoger a la otra parejita con quien irán todos a la fiesta. Qué pereza andar en grupo, piensa ella. Odia también los grupos. No le gusta depender de nadie para ir o venir de cualquier lugar. Los grupos suelen masificarse. Donde va uno, van todos. Si uno se quiere ir, se deben ir todos. Si uno se quiere quedar, pues a quedarse todos. Qué estupidez. Pero se deja arrastrar y va con el grupito.

Llegan a la fiesta y le presentan a su parejo. Un chico menor que ella, con cara de que sale de rumba todos los fines de semana. De aquellos que se sabe todas las canciones de moda y que su novia nunca pasa de los 20 años. Y ella con sus 35 y su hijo, le hace sentir a él que va con su tía. Chico idiota. La trata de usted y no sabe de que hablarle. Ella busca y busca en su cerebro algún tema de qué poder conversar y nada. Está en blanco. En fin.. salen a bailar. El chico baila como bien.. piensa. Pero la ve tamaño hormiga cuando se da cuenta de que ella no se sabe de memoria ninguna de las canciones de moda.

Se van a sentar. Todos bebiendo aguardiente y ella que al principio se sentía tan bonita ahora se siente vieja. Se cansa. Voy al baño.. dice y se va de ahí huyendo despavorida.

Va al baño. Está que se orina.. no aguanta y el baño de las mujeres lleno siempre mientras que el de los hombres está vacío. Entro o no entro? No hay nadie.. Ah.. entro. Y entra rápidamente a ese baño de hombres completamente vacío.

Orina parada. Le da asco sentarse donde ellos vienen con su mala puntería a dejarlo todo untado y mojado. Una ardua labor subirse de nuevo las medias veladas por entre la estrecha falda del vestidito rojo.

Se olvida que está en el baño de hombres por un momento. Sale sin mirar alrededor mientras continúa arreglándose las medias. Nunca usa medias veladas. Le da calor y se siente atrapada.

Levanta la cara y de repente se ve rodeada de hombres que se encuentran de espaldas mirándose entre sí divertidos por la huésped inesperada. Ella los mira nerviosa. Sonríe. Qué pena.. el baño de mujeres estaba lleno.. dice entre risas y sale corriendo de allí estrellándose de frente con un hombre que entra al baño distraídamente mientras baja automáticamente la cremallera de su pantalón.

Sus ojos tropiezan con su cara.. y los baja con vergüenza.. y luego sus ojos tropiezan con algo mas interesante.. vaya.. y vuelve a subir los ojos encontrándose una cara sonriente mientras ella siente que sus mejillas hierven ruborizadas.

Huye.. se va para su mesa y ahí encuentra al grupito aquel. Se sienta y le ofrecen un trago. Le sabe horrible. Si bebe un solo trago mas vomitará. Así que se para. Se siente algo mareada.. les dice. Su compañero le pregunta que si quiere que la acompañe a tomar aire. No, gracias. Dice ella parándose lo más rápido que puede y en un movimiento brusco derrama la botella de licor sobre unos lustrosos zapatos negros que pasan por su camino de huida.

Sube los ojos y se encuentra una cara familiar. Ay.. el mismo del baño. Ahora si se muere de vergüenza. Ella toma una servilleta para limpiarle los zapatos, pero él la levanta suavemente para que no lo haga y ella se levanta bruscamente y su cabeza tropieza dolorosamente con el mentón de él.

Ahora quiere que le trague la tierra. El grupito mira el espectáculo sin poder creer que exista tanta torpeza. Ella dice que se va de ahí.

Ellos quieren irse con ella pero ella no escucha. Toma las llaves de su carro y sale corriendo de allí, entre lágrimas de ira hacia si misma por imbécil.

Va a buscar su carro. Abre la puerta y la alarma empieza a sonar. Ahora si.. lo último que le faltaba. La apaga desde afuera y entra a su carro. Cierra la ventanilla y se siente a salvo al fin. Enciende el carro y horror!! La alarma empieza a sonar otra vez y el carro no prende. Dios mio!! La peor noche de su vida.

Sale furiosa del carro y se recuesta en la puerta. Busca un cigarrillo en su bolso pero no encuentra el encendedor. Corona con broche de oro. Ni siquiera se puede fumar un cigarrillo
De repente una llama se enciende cerca de su cara. Ella ni mira quien le hace el favor. Enciende el cigarrillo y levanta los ojos para dar las gracias.

La cara. Otra vez la cara. Hasta ahora no ha habido una sola palabra. Sólo una cara y una sonrisa y un... y ella sonríe pensando en eso. El también. Se recuesta al carro y enciende su propio cigarrillo y ella se siente observada e inquieta.


Él le señala su carro. Ella responde que si con sus ojos.

Al día siguiente su hermana la llama por la tarde. Está preocupadísima. La han llamado toda la mañana y nadie ha contestado el teléfono. Pensaban que le había pasado algo porque su carro ha quedado parqueado frente al hotel de la fiesta.


Ella contesta jadeante. Acaba de llegar subiendo los cinco pisos de siempre pero ha corrido para alcanzar a contestar el teléfono. Los zapatos en la mano, las medias veladas en el bolso, el cabello mojado, la cara sonriente, los ojos brillantes y el hombre de la sonrisa detrás de ella.


Su hermana al otro lado del teléfono le pregunta angustiada que por qué está respirando así. Ella le dice que por nada. Que estaba buscando algo y que por fin lo ha encontrado.

Quisiera.... - Javi

Quisiera estrecharte entre mis brazosy sentirnos tan unidos los dosque nunca deseemos separarnos.Quisiera que juntásemos nuestros labiosy que una extraordinaria sensaciónde dicha,de placer, de indescriptible amorllegase hasta lo más profundo de nuestro corazón.
Quisiera recuperar el tiempo que se perdiólos sentimientos que se apagaron por la fatalidadla alegría de vivir,que como el humo se disipóy ese algo que siempre hubo entre tú y yoel curioso enigma de la sublime complicidad.
Quisiera contemplar otra vez tus ojospara verlos como un cometa brillary que al mirarme, encuentres un perfecto reflejode lo que representa la palabra Amar.
Simplemente con la mirada podría decirte esoque las palabras no son capaces de expresary con el contacto de nuestro trémulos cuerposen una explosión de sensaciones multicolorespoder disfrutar intensamente de esa gran plenitudde ese inmenso gozo que llena los corazonescon absoluto sentimiento de felicidad.

Súcubo v.2.0 - N.L.

Su piel era blanca y despedía un suave fulgor en la oscuridad. Sus ojos brillaban, anticipando sus movimientos. Él estaba atado a un travesaño de la cabecera de la cama. Se olía su temor y su excitación. En su cabeza sonaba una alarma. Temía ser devorado por ella. ¿Quién lo diría?, pequeña y delicada, muy femenina y poderosa. Le recordaba a las mantis religiosas, preparándose para la copulación, para después, devorar a su pareja.

Sus manos se posaron en su torso húmedo. Lo acariciaba con la punta de sus filosas uñas. La espalda masculina se arqueó. Sus manos pequeñitas llegaron hasta su cuello, masajeándole la base de la nuca. Un gemido escapó de su boca, mientras ella reía, con su expresión de diablo. El cabello rojo brillaba y sus ojos verdes como duras esmeraldas mostraban el reflejo de su propia expresión caliente y nerviosa.

- "Tal vez si no coopero, me deje ir" - pensó él - "ahora entiendo lo que es una violación para las mujeres".

¿Quién era ella? ¿Cómo llegó hasta allí? Solo recordaba que ella le acariciaba el rostro y unas palabras extrañas sonaban en sus oídos, no entendía qué idioma era, pero sonaba como rumano o algo parecido. Tal vez fue la música demasiado alta o tal vez su escote, demasiado bajo. Debería haber desconfiado desde el primer momento que la vió. Parecía un duendecito irlandés, puro ojo verde y pelo rojo. Mientras bailaban, le metió una mano dentro del pantalón. La observó divertido.

- ¿Qué haces?
- Quiero ir a otro lado - fue su respuesta. No hizo falta agregar más. Salieron y pararon el primer taxi que se cruzó por su camino. Ella le dió la dirección, una calle muy cercana a la morgue. Él empezó a preocuparse.

- ¿Dónde vamos?
- Donde vivo.


No hablaron más hasta que llegaron a un destartalado hotel. El conserje le dió la llave de una habitación en el tercer piso. Cuando llegaron, él intentó abrazarla, buscándole la boca. Ella con un gesto gentil pero autoritario lo rechazó.

- Ya vengo - entró en el cuarto de baño.

Él aprovechó para curiosear un poco. Nada indicaba que ella viviera allí, solo un par de cosas dentro de placard y un perfume sobre el toilette. Se tiró sobre la cama, pensaba que era la conquista más fácil de su vida... o mejor dicho él fue la conquista más fácil en la vida de ella, jajaja. Una grata modorra se apoderó de él. Sabía que tenía un sueño agradable, pero no llegaba a retenerlo. De pronto, algo lo hizo volver a la realidad, un fuerte pellizco en un pezón.

- Ahh!
- No seas blandito, que me gustan resistentes - fue la respuesta de ella.

La miró, se miró y no podía creerlo. El no recordaba haberse desnudado totalmente y menos que alguien lo hubiera atado a la cama. Forcejeó un poco, inútil, el nudo era imposible de alcanzar. Ella lo miraba divertida

- Tanto más tires, más se ajusta... Vos sabés entonces lo que tenés que hacer... ¿Querés quedarte sin circulación en las manos? - La miró y no pudo evitar que su miembro comenzara a crecer. Un body de red le cubría un cuerpo cubierto de curvas. Unos pechos blancos de impresionantes pezones rosados se venían a través del tramado. Botas negras hasta la rodilla... el sueño de cualquiera, bueno, en este caso, la pesadilla. Se acaballó sobre él, la perspectiva que tenía de ella era increíble.

- Me gustaría tocarte - dijo él, con un hilo de voz. Una bofetada lo silenció. La miró sin entender. Ella disfrutaba de eso. Una pervertida... pero eso no evitaba su erección, cada vez más grande, más poderosa. Se levantó, comenzó a caminar por la habitación, como buscando algo. Al fin lo encontró, un pañuelo negro con que tapó los ojos de él. Ahora si estaba a su completo capricho.

- ¡¡¡Tengo miedo!!! - gritó él.
- Mejor, me gusta el olor de la adrenalina.
- ¿Por qué me hacés esto?
- Y¿por qué no? - fue su respuesta.- Además, alguien aquí la está pasando muy bien - le acarició el pene con la punta de las uñas. Se estremeció.

Le costaba admitir que realmente lo disfrutaba. Sentía las manos de ella por todo su cuerpo, manos calientes. Ninguna parte se salvó, desde el cabello hasta la punta de los pies ella lo exploró. Lo más duro era no saber, no imaginar si la próxima sería una caricia o pellizco. Pronto se aburrió de eso y le sacó la venda. Lo miró con el pañuelo en la mano, como sopesando si lo amordazaba o no. Él trató de no mirarla. Sabía que si le rogaba que no lo amordazara, ella lo haría. Puso la mente en blanco y la cara sin expresión.

Había una palabra para describirla, sabía que la había. Rebuscó en su memoria. No era vampiro, pero se parecía bastante...

- ¡Súcubo! - gritó con fuerza. Ella le observó divertida. Sonrió como si la hubiera descubierto.
- ¡Estate quieto, tontito! - dijo con una voz baja y masculina. Él recordaba esa frase de algún lado. Sabía que alguien la había dicho antes y fue como si le leyera el pensamiento.
- En una película - dijo con suavidad, con su voz sexy y femenina.

Ella se puso nuevamente sobre él. Llenaba todo el panorama con sus pechos llenos, su cintura breve y sus amplias caderas apoyadas sobre su ingle. El body de red se corrió liberando sus pezones de color rosado oscuro. Él gritó, desesperado, rogando que lo soltara. Solo obtuvo un golpe en los tobillos con las botas negras de caña alta.

- ¡Yo doy las órdenes, nene! - dijo ella, mordisqueando su torso.

Él ya no habló más. No podía articular palabra. Cerró los ojos con fuerza y comenzó a saborear la excitación que subía desde sus pies hasta su miembro endurecido. Ella sonreía. Le besaba suavemente los labios y acariciaba su cabello con la punta de sus dedos largos y finos. Hasta parecía que las uñas se le habían alargado. "No es posible, las uñas no crecen en unos segundos" - pensó - "Aunque tal vez pasaron días..."

Excitación y miedo, placer y dolor. Desnudo y a su absoluta merced. ¿Qué clase de demonio era ella? ¿De dónde había salido? ¿Le parecía? o ¿Sus dientes se veían más afilados? ¿Sus ojos verdes brillaban tanto cuando se la cruzó en el pasillo de la disco? Ni siquiera recordaba su nombre. Ella lo atormentaba y eso era el secreto de tanta excitación.


Sin embargo no era el tipo de mujer que le gustaba. Su piel era demasiado blanca, casi fantasmal; era de muy baja estatura para él y su aspecto era de un animalito frágil. Con todo, despedía un aire autoritario y dominador.

Los mordiscos comenzaron a ser más fuertes. Y bajaban peligrosamente por su estómago, directamente hacia su pene. Terror era la única palabra que le venía a la mente, sentía terror de ella. Temía, realmente temía. Su grito llenó el aire de la lóbrega habitación...

Un golpe lo despertó de esa oscura y placentera pesadilla. Se había caído de la cama y tenía todo el cuerpo húmedo de sudor y semen. "Demasiada cerveza" - pensó y entró a ducharse.

El agua caliente lo reanimó. Ese mal sueño lo dejó con un extraño sabor en la boca. Desayunó algo rápido, se vistió y corrió al subte. El silbato del guardia anunció que se cerraban las puertas, entró precipitadamente, chocando a una persona con violencia. Por instinto la sostuvo de los codos para que no se cayera, cuando la miró bien. Era la mujer de su sueño. La misma piel blanca, los mismos ojos verdes duros como esmeraldas y el cabello de fuego. Lo observaba con una semisonrisa en los labios. Él no creía que fuera posible.

- Ya está, podés soltarme - comentó ella, con la misma voz baja y sensual.

Atemorizado, él la soltó como si su piel fuera incandescente. Sin embargo, no se movió de su lado... Algo lo atraía. El subte frenó en la estación Malabia. Él chocó nuevamente con ella. La mujer sonrió con malicia.

- ¡Estate quieto, tontito! - exclamó risueña. Él la observó con un nudo en la garganta cuando un par de afilados colmillos asomaron entre sus labios rojos, demasiado rojos...

Súcubo v.3.0 - N.L.

Lo vi sentado en el fondo del vagón del subte línea B, eran las 6 y 30 de la mañana y había solo 2 personas medio dormidas en todo el lugar, aparte de él y yo. Iba leyendo un libro de Benedetti. Yo venía de mis acostumbradas cacerías. Fue una noche mala. No pude enganchar a nadie, mejor dicho, no me gustó nadie, porque seré lo que seré pero, por lo menos tengo buen gusto y soy muy selectiva.

Tenía pinta de pajarito o de perrito apaleado. Era alto, de ojos chicos, ocultos tras unos poderosos lentes con un marco francamente horrible y llevaba un maletín negro, muy parecido al de los médicos. De espaldas anchas, buenos brazos, piernas... mmmm, muy potentes. Sin embargo, me dió un poco de ternura cuando lo vi. Era como un oso de peluche, grandote y tierno.

Me senté a su lado, obviamente el no levantó la mirada del libro. Iba vestido con un traje gris y una corbata amarilla. Enredé a propósito mi tapado de cuero en su pierna. Él levantó la vista del libro y me deslumbró con una sonrisa. Yo también sonreí con una mueca... tampoco quería que se diera cuenta que me gustaba.

- Perdón - balbuceé de mala gana.
- No es nada... linda - dijo él, ampliando la sonrisa.

Siguió leyendo y yo me quemaba por dentro... ¿qué me hizo este tipo para que yo me ponga así?


Se acercaba la estación que debía bajar y no sabía que hacer, el tipo no se insinuaba y yo no sabía como encararlo... Ja, yo, justo yo... bueno, podía ser que tenia aspecto de intelectual y a mi esos nunca se me dieron, lo mío eran los jovencitos. Jóvenes, inexpertos y un poco estúpidos.

Bueno, allí está mi estación, Pasteur... Me levanto y agarro el pasamanos, en un último intento en parecer sexy. De pronto la mano de él cubre la mía y tengo que levantar la cabeza para mirarlo... El muy maldito debe medir cerca de 1,75. Con mi escaso metro sesenta, me siento una hormiguita a punto de ser pisada.

- Perdón, calculé mal - la sonrisa desmentía el comentario.
- Está bien - fue todo lo que me salió decirle. Era evidente que estaba hecha una imbécil. La cazadora, jajaja, el súcubo, intimidada por un peluche grandote con pinta de rata de biblioteca.


La puerta del vagón se abre y yo bajo, él viene detrás de mí. Subimos la escalera, juntos. Parece que no me viera. Eso me está matando. El tipo es gay o yo ya no soy lo suficientemente atractiva.

Camino por Pasteur y él me sigue de cerca. Pienso "O me está siguiendo o somos vecinos". En realidad nunca lo vi antes. Tampoco yo era de pasearme por el barrio, nunca salía de mi departamento una vez que entraba y cuando tenía cacería usaba el hotel frente a mi casa. Nunca llevé un tipo a mi leonera, no quería que supieran quien era. Muchas veces ni mi nombre les decía. Es fundamental la invisibilidad para un súcubo. A veces tus víctimas se aficionan a vos y entonces, debes poder desaparecer. Generalmente pruebo solo una vez, obvio, no me gusta repetir los platos.

Pasamos por la puerta de la morgue y el tipo entra. Pienso "ja, es del palo, anda entre muertos". Bueno, no es que yo anduviera entre muertos, es que "estoy muerta" (por él), jaja, bueno, evidente que el peluche me puso de muy mal humor.

Entré a mi departamento y busqué la guía telefónica. En cinco minutos ya sabía a que hora saldría el peluchito. Esta cacería me parecía muy atractiva. Estaba fuera de mi terreno y de mi target. Pensaba, "si puedo con éste, realmente podré con cualquiera, tengo que disimular lo que me produce, nada más".

Me desnudé, cerré todas las ventanas y me acosté. El sol de la mañana hace muy mal a mi piel, jeje. Dormí hasta las 4. Mi próxima víctima salía del trabajo a las 6 de la tarde. Busqué algo sencillo pero sexy. Una camiseta corta, sin mangas, unos jeans ajustados y mi tapado negro de cuero. Lentes Versace. Botas de tacos altos (nunca más un tipo me iba a hacer sentir una cucaracha a su lado).

Me senté en una mesa en la calle, en un bar frente de la morgue. Llevé un libro para entretenerme (en realidad, lo usaba de pantalla, de esa manera fingía leer y disimulaba). No se porqué agarré a Mujica Láinez, tiene el poder de abstraerme de la realidad. Me concentré tanto que olvidé totalmente de mi tarea. De pronto, alguien me hace sombra. Levanto la cabeza y lo veo, toda sonrisa. Fingiendo fastidio, vuelvo al libro. El se sienta frente a mí, llama al mozo y le pide dos cervezas.

- ¿Cómo sabes que me gusta la cerveza? - pregunté.
- Lo intuí. A todos los irlandeses les gusta la cerveza.

Sonreí. Otro más que pensaba que descendía de los verdes prados de Eire.

- ¿En que te basas?
- Pelirroja, ojos verdes, blanquísima. Con pecas - dijo señalando mi escote - Bueno, confírmame, ¿sos irlandesa?
- Bueno, digamos que de muy cerca. Me llamo Morgana - "por qué diablos le dije mi verdadero nombre".
- Morgana, nombre raro, muy antiguo.
- A mi padre le gustan los nombres antiguos.
- Yo soy Juan.

El mozo llegó con dos cervezas. Estaban heladísimas y fue un placer beberlas, había empezado el calor. Mientras, me contó que era forense, que le gustaba su trabajo (ja), que era tranquilo y que estaba separado. No tenía hijos y recién había cumplido 39 años.

Yo le conté algunas cosas, no solía hablar de mí, pero ésta era una situación atípica. En realidad, me daba la impresión que él dominaba la situación y no yo. Debía retomar las riendas, sino, el caballo se iba a desbocar y no quería perder la oportunidad con este "cerebrito".

- Vamos a un lugar tranquilo - dijo de pronto -. Vivís cerca, ¿no? Le contesté que si, pero, en lugar de llevarlo al cuchitril de hotel donde efectuaba mis "sacrificios" lo llevé a mi departamento!!

Mientras caminábamos me tomó del hombro. Algo me dijo que tendría que haberlo frenado a tiempo. Pero, creí, ¿qué puede pasar con el oso de peluche? Entramos a mi departamento. Cuando intenté llegar al baño él me lo impidió... El oso de peluche se había convertido. Era un inmenso oso pardo dispuesto a devorarme. Primero me dió abrazo tierno pero lleno de exigencias. Me besó profundamente y yo, como estúpida me dejé llevar. No podía creer que alguien como él pudiera hacerme sentir lo que me hacía sentir. Mis piernas ya no me sostenían. Juan me mantenía en vilo. Mis muslos eran de fuego y estaba totalmente apoyada contra su pecho. Suavemente me guió contra la pared y me aplastó literalmente. Sentía en mi estómago el bulto de su "muelle". Mi mente quedó en blanco. Siglos (realmente siglos) que no sentía algo tan intenso. Mis últimas cacerías habían sido flojas. Bueno, realmente no puede decirse que ésta haya sido una cacería en realidad. La presa fuí yo.


Sin dejar de besarme, me alzó... Ja, me sentí una plumita entre sus brazos... y me llevó a la habitación. Lo que realmente me asombró es que sabía exactamente donde estaba. Como si ya hubiera estado otras veces. Me tiró sobre la cama... Esta crujió en una queja muy seductora a nuestros oídos. Sin darme tiempo a nada, me encontré rodeada de dos tenazas y dos columnas. Usó su corbata amarilla para atarme al respaldo. Solo después se levantó y se acercó el maletín de médico que había dejado olvidado junto a la puerta. Sacó un bisturí y con parsimonia cortó mi camiseta... Eso realmente me excitó. Había encontrado alguien que le gustaba jugar rudo, igual que a mí. No sabía qué esperar y eso me tenía totalmente loca. Por otro lado, era muy difícil que un simple mortal reduzca de esta manera a un súcubo. Entonces comencé a sospechar.

Pero, merece un crédito, hizo algo maravilloso en mí. Me hizo sentir mortal nuevamente.

Luego cortó mi sostén... el mejor que tenía, una belleza de encaje negro traido desde Francia. El bisturí me rozó y él aplicó su boca en el pequeño rasguño. Debajo de esos lentes, sus ojos brillaron. Ojos hermosos, inteligentes, sagaces. Ojos de cazador. Sus colmillos asomaron entre sus labios. Un fogonazo...

Me sacó el pantalón suavemente, como quien pela una fruta, poniendo la boca en mi ombligo, en mi pubis... enloquecedoramente sensual. Gemí y le rogué que siga... él me miró mal.

- No quiero que hables, no quiero volver a oírte.

Sonreí. Igual que yo. El mismo modus operandi. Mordí la almohada y reprimí cualquier señal de placer o de dolor. Era parte del juego. Cuando finalmente me sacó el pantalón descubrió que no llevaba ropa interior. Otra sonrisa deslumbrante y una caricia profunda que afectó mis sentidos de una manera imposible. Me hizo girar sobre mi cuerpo y quedar boca abajo. De pronto sentí un palmetazo... un golpe que me hizo saltar lágrimas (a mí !!, por todos los diablos del infierno). Allí si grité y él sonrió... Me besó la cabeza y me acarició el pelo mientras se desnudaba.


- Quiero sentir la seda de tu piel sobre la mía. Nunca vi una piel más suave, más blanca. Y unos pechos mejor formados. Una diosa, realmente, o un súcubo... - su voz era un susurro, un murmullo... quería que nunca se callara, que me hablara durante horas, días, años...

Siguió hablando... Y yo lo oía... y alternaba caricias con fuertes palmetazos. Hasta que llegó el momento que ya no diferenciaba entre los palmetazos y las caricias. Disfrutaba los golpes y sufría las caricias. Pronto se cansó de golpearme... Me besó el trasero enrojecido. Cada beso era una tortura. Le pedí que siguiera... y él siguió. No sé cuanto tiempo, creo que un siglo completo... entre caricias y besos, me hizo girar nuevamente. Quedé frente a él. Por fin preguntó:

- ¿Sabés lo que es un íncubo?

Reí, con mi mejor risa histérica, claro que lo sabía... jajaja. "Es un demonio", respondí. Y me penetró... entró en mí sin decir nada más... y siguió entrando y saliendo, suave, salvaje, durante horas y horas... yo le pedía piedad... no resistían más mis sentidos exaltados... Mis pezones eran un par de navajas afiladas... mis pechos, dos gigantes lunas llenas... Pero el seguía y seguía. No me penetraba dos veces igual. Unas veces era inexperto... en otras un consumado amante.

De repente, fue un choque de planetas... luces deslumbrantes... Antes que gritara, él me amordazó con su boca, en un beso memorable. Y luego, se deslizó a mi lado. Yo seguía atada, pero demasiado cansada para protestar, cerré los ojos.

Juan siguió acariciándome suavemente... jugando con mi pelo... y me pidió que abriera los ojos. Estuvo un buen rato mirándolos... acariciando mis pestañas con la punta de los dedos... Siguió besándome y alternando caricias con besos a los lugares enrojecidos.

Sin decir una palabra, preparó un baño de espuma. Volvió a la habitación, soltó las ligaduras, me alzó en brazos y me llevó. Yo apoyé mi cabeza en su hombro y deposité un beso suave en su cuello. Lentamente me puso dentro de la bañera, con cariño deslizaba la esponja llena de espuma por mi cuerpo. Es lindo ser una muñeca algunas veces, ser mimada, bañada y no ser siempre la que lleva la batuta. Juan continuaba con su trabajo, como todo un experto.

- Esto es porque te portaste tan bien. Soportaste estoicamente todo...

Yo no dije una palabra... lo miré y él me besó mientras deslizaba la esponja por mi vientre... Cuando finalmente él estaba conforme con el baño, me devolvió a la cama envuelta en una toalla y dedicó media hora a secarme, con mimo, deteniéndose en lugares insospechados.

A la mañana siguiente él se vistió rápido mientras lo observaba desde la cama, todavía envuelta en la toalla. Tomó la corbata y la besó, guardándola en su bolsillo. A modo de despedida, se acercó a mi oído y dijo con voz áspera.

- Tenías razón, somos del mismo palo.

Nos vemos seguido en el subte, pero, nos mantenemos a prudencial distancia. Tal vez seamos cobardes e intuimos que si existe un próximo encuentro, ya no nos podremos separar...

Súcubo v.4.0 - N.L.

Hacía tiempo que quería volver a verla. La última vez que estuvimos fue hace tanto tiempo que ya no me acuerdo. ¡Mentira! Me acuerdo perfectamente cada parte de su cuerpo, cada lunar de su espalda... hasta de ese cojín que tiene en la base de la columna. Un montoncito de carne suave y cálida que me pone mal cada vez que lo recuerdo.

Pasaron muchas mujeres desde esa vez. Tantas como víctimas para Morgana (Morgana, nombre raro, muy antiguo...), pero nunca dejé de buscar en todas ellas ese almohadoncito de carne. La pienso demasiado... Irónicamente lo volví a ver... en una pintura de Ingres... "La Gran Odalisca ". Que pena, las mujeres ya no tienen esos excesos eróticos de carne. Se volvieron todas demasiado andróginas, con aristas y no con curvas y redondeces. Añoro esas épocas donde refugiarse en los brazos de una mujer era llegar a un puerto seguro de calidez y suavidad. Debido a ella dejé de sentir cosas por las otras mujeres. Las cacerías se hacen monótonas y previsibles. Sé cada uno de los movimientos de mi víctima. Maldita sea, me quito la emoción, el oler a las víctimas. Buscarle ese olor corporal característico.

Una vez leí que los africanos consideran que el hombre blanco tiene olor a muerto. Me divirtió bastante. Y es cierto, tantos potingues y perfumes tapan el olor único e irrepetible de cada uno, que renace cuando uno termina de hacer el amor. Ese olor, algunas veces acre, otras dulce... como de almendras o de miel en algunas mujeres... Nunca lo dije, pero, me extasían los olores. Muchas veces cazo mujeres que no me gustan demasiado, solo porque tienen "ese olor"... un olor maravilloso. Pena ser mal escritor, no hay palabras para definirlo, debe olerse y sentirse uno envuelto en ese maravilloso olor para entenderlo. Ella lo tiene, el olor más excitante que pude haber olido. Y ella lo desconoce. Es mejor para todos, igual que un pequeño país en poder de la más poderosa bomba que jamás existió. Y nunca debe saberlo, sino, tal vez nunca más pueda volver a ver la luz del día, si no es a través de la luz de esos ojos verdes.

Esa tarde volvía a verla, en todo su esplendor. Sentada en un banco de la plaza, cerca de mi trabajo. Estaba leyendo un libro, el sol alumbraba su cabello como la melena de un león. Su piel seguía blanca espectral, aunque tenía un pequeño colorcito... debido al calor tal vez. Me quedé observándola un buen rato. Ella no veía a nadie (o fingía no ver, en realidad...), creo que sabía que la miraba y sentía el sádico placer de ignorarme... No intenté acercarme, hubiera sido fatal (por lo menos para mí).

Un mes después la vi en el subte (supongo que debe ser su lugar favorito). Iba mezclada entre la gente, como ausente. Había perdido el aire de "cazadora". Tenía aspecto extraviado. Sus ojos ya no brillaban tanto, tenían una lámina acuosa. Daba la impresión que en cualquier momento rompía en llanto.

Un tipo muy extraño se sentó a mi lado. Llevaba en su mano un diario arrugado y un abrigo largo hasta los pies en verde inglés. Una barbita en punta adornaba su mentón. Las cejas eran dos arcos de color rojo en una cara un poco demacrada. También la miraba, pero con una mueca desolada.

- Pobrecita, es muy desgraciada - dijo muy bajo, como para que yo solo lo oyera.
Me di vuelta a mirarlo, pero él fingió leer el diario.
- ¿Qué me dijo? - pregunté enfrentándolo.
- Es triste... ver a alguien tan desgraciado, ¿no le parece? - él se volvió a mirarme.
- No sé que quiere decir.
- Si que lo sabe... sabe de quien estoy hablando - la señaló con un dedo huesudo.
- ¿La conoce?
- Por supuesto, soy su padre.

Eso me tomó por sorpresa. Nunca esperé esa respuesta. Lo observé mejor. Tenía el cabello entrecano, pero se notaba alguna hebra roja. La perilla era también roja, pero lo más extraño eran sus manos. Por un instante creí ver dos hoyos grandes en sus palmas. Mi escrutinio no le gustó. Cerró el diario con un golpe y me azotó la rodilla con él.

- Deje de preguntarse qué soy. Soy lo mismo que usted, aunque algo más viejo y de un linaje más puro.
Sonreí. Igual que yo. Pero, ¿que era yo? Ese señor decía saber qué era... A lo mejor tenía suerte y descubría mi verdadero yo.
- Hijo, usted es un híbrido. Es mezcla de íncubo y humano. Igual que ella. Solo que Morgana tiene la suerte de contar con su padre. Es una pena que usted no tenga la misma dicha.

Se acercaba la estación Pasteur, donde debíamos bajar ambos. No sabía que hacer. Si acercarme, si mandar al carajo a ese viejo loco. Si preguntarle a mi madre con quién pasaba las noches que mi padre estaba ausente...

- ¿Nunca se preguntó porque tiene tanto éxito con las mujeres a pesar de no ser un Adonis?
Me levanté rápido, el viejo fue mucho más veloz y me tomó de la pierna.
- Manténgase alejado de ella. Es alguien muy frágil para que la destroce de esa manera. No sé si todavía estamos a tiempo. Los íncubos y los súcubos nunca deben mezclarse. Ustedes rompieron una regla de oro. Si vuelvo a verlo cerca de ella, la va a pasar muy mal.

La amenaza sonó débil, y eso realmente me hizo levantar presión. Lo tomé de las solapas y lo alcé un palmo del suelo. No pesaba nada. Fue como levantar un globo lleno de gas.
- Ningún viejo neurótico me va a decir que tengo que hacer. Si usted es un demonio, yo soy Scarlett O'Hara.

El viejo sonrió, mostrando unos dientes amarillos. Eso me repugnó un poco. Sin embargo, mirándolo bien, el parecido con Morgana era indudable. Lo solté. Muy flemáticamente estiró las solapas de su sobretodo, me miró y luego se alejó, desapareciendo entre la muchedumbre.

Mi cabeza era un lío. Según ese viejo yo era un demonio, eso me causó mucha gracia.
Subí las escaleras riendo para mis adentros. Ella iba a 50 metros de distancia. Me hubiera gustado acercarme, pero recordé la advertencia. En realidad lo que realmente me molestaba era que ella haya perdido ese aire de triunfo y ahora estuviera tan triste. Las amenazas del viejo no significaban nada, la que me preocupaba era ella. Decidí hacer un experimento. Si como me dijo el viejo tenía poderes, los iba a usar con alguien muy difícil.

Siempre fantaseé con historias de íncubos y súcubos, sin embargo nunca creí una palabra de esa mitología judeocristiana absurda. Solo cuando estuve con ella logré creer las historias demoníacas. Ella era lo más parecido a un diablito que existe. Y ahora ese misterioso padre hace su aparición.


Entré a la morgue. Llegué a mi oficina. Por suerte no había trabajo pendiente. Me senté en mi escritorio y apoyé los pies en último cajón que mantenía abierto a ese fin. Debía descubrir mis ocultos poderes. Bebí un trago de una petaca que guardaba en el cajón superior.

- Beatriz - me dije en voz baja. Beatriz era la secretaria del "gran jefe". Mujer hombruna, no muy linda, con todo el aspecto de un marimacho, las malas lenguas decían que era lesbiana. Si podía con ella, realmente era un demonio. Me acerqué a la oficina del Dr. Pérez Acosta, el "gran jefe" para nosotros. Beatriz bebía una taza de té y tipeaba algo en la computadora.

- ¿Necesita algo? - dijo en cuanto me vio, con cara de pocos amigos. Me acerqué con una sonrisa en los labios. Le dije que se veía bonita esa mañana. Ella desplegó una sonrisa llena de dientes y enrojeció. Era la primera vez que la veía sonreír de esa manera. Hasta tenía un aire juvenil y femenino. Distraídamente deslicé una mano por su antebrazo. Pude sentir su excitación.

- Quiero saber si está el doctor - dije con voz cansina.
- No, se tomó vacaciones - mientras cerraba la puerta con llave. La observé en silencio abrirse la severa blusa. Me mostró un busto casi inexistente ahogado en un corpiño color beige.
- ¿Qué te pasa, Beatriz? - interrogué divertido con su reacción.

Tenía éxito, pero, ninguna mujer se me había lanzado de esa manera, a pesar de las muchas que pasaron por mi vida. Bueno, tal vez una, solo una, la única... "Debo sacármerla de la cabeza" - recapacité mientras sufría el ataque de Beatriz que de iceberg se había convertido en ninfómana. Tiraba de mi corbata, quería abrirme la camisa por la fuerza y buscaba con desesperación mi boca. Yo no estaba en vena de seductor. Había ido allí por una respuesta y ya la tenía. El experimento fue un éxito, pero se estaba desbordando. Le tomé las dos manos firmemente y la miré a los ojos. Ella se detuvo y me observó con expresión asustada.

- Perdón - musitó.

Eso fue demasiado. El descubrimiento que había hecho fue muy duro para mí. Descubrir las cualidades que adornaban mi "inmortal" persona me dejó lleno de ira y quería vengarme en alguien. Imágenes se agolparon en mi cerebro, Morgana, el viejo, hasta mi madre. Tenía frente a mí a esa mujer de busto escaso y bozo debajo de su nariz. Vi rojo, todo en rojo y negro. Usé mi corbata para atarla al picaporte de la puerta. No me importaron sus gritos de temor.

- Un aullido más y te amordazo - dije entre dientes. Debí sonar muy amenazador, ya que se calló inmediatamente. Grandes lagrimones corrían por su rostro, chorretones negros de rimmel..Saqué mi cinturón y le apliqué un par de correazos en su espalda. Pronto se puso color morada. Ella aguantaba el castigo sin una palabra. De pronto vi la escena en un reflejo del vidrio de la ventana y no me gustó nada. La vi tan fea, tan patética que ni siquiera me dieron ganas de hacerle nada. La presencia de Morgana era demasiado vívida para descargarme en esta triste criatura. La desaté y le sequé las lágrimas. Ella me echó los brazos al cuello y me besó en la boca. Un beso muy apasionado. Algunas gotas de rimmel cayeron en mi camisa azul. Ella sonrió a modo de disculpa, se puso la blusa y siguió tomando su té y tipeando, como si la escena anterior nunca hubiera sucedido.

Miré mi reloj. Habían pasado diez minutos dentro de la oficina del "gran jefe", para mí fueron diez siglos. Ahora tenía conciencia de que era, que el viejo tenía razón y maldita sea, Morgana jamás podría ser mía. Lo de ella no era cobardía, era mera supervivencia...

Pasaron dos meses y un día inexplicablemente me encontraba desesperado, sentía una opresión en el pecho. Entonces, decidí llegar a su casa, fui a buscarla. Toqué el timbre del portero eléctrico. Su voz sonó adormilada. Preguntó quién era. Solo dije mi nombre. La puerta se abrió. Subí los 8 pisos por la escalera. No quería esperar el ascensor. Saltaba los escalones de dos en dos. La puerta del departamento estaba abierta. Ella estaba en el sofá con las manos cubriendo su cara. Su perfume enloquecedor llenaba toda la estancia.

- Estuve con tu padre - fue lo único que se me ocurrió decir.
- Ya sé - su voz no era la misma. Su cabello lucía deslucido, sus ojos opacos.
- Qué te pasa, por favor, decime - me arrodillé a sus pies y le tomé las manos temblorosas.
- Me estoy muriendo - fue su respuesta. La abracé. Parecía un gorrión herido. Hundió su nariz en mi pecho.
- Me estoy muriendo de lo único que nos puede matar... de amor. En cada uno te busco y solo encuentro pedacitos. Pero, rápidamente se desvanece la ilusión y otra vez, nuevamente... sigo buscando. No tengo paz. La herida es demasiado profunda.

No supe que decir. Conmovido la llevé alzada a la habitación y la cubrí con las mantas. Besé su cabello y le acaricié la espalda desnuda hasta que cerró los ojos.
Cómo empezó esto? Qué fue lo que sucedió para que hayamos sido juguetes del destino de esta manera? Rompí una regla que no sabía que existía. Y la estaba matando, a lo único que realmente me importaba. Una sombra me cubrió. El viejo del subte estaba en la puerta de la habitación.

- Haga algo, ¡su hija se muere! - grité impotente.

Entró en la habitación y se sentó al otro lado de la cama.
- El amor es realmente fulminante. Una vez que uno de los nuestros se enamora, su sangre se vuelve veneno y nos mata lenta y dolorosamente.


Musitó mi nombre entre sueños. Su voz sonaba cascada. Tuve miedo. Miedo por ella y por mí. Y la abracé mientras se volvía más y más pálida. Su olor se iba diluyendo...
El viejo nos dejó a solas. Ya nada se podía hacer. Su hija más hermosa agonizaba. Y yo me moría con ella...